25º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio
1 Decía también a los discípulos:Comentario a Lucas 16,1-13
La parábola del administrador infiel puede desconcertarnos porque, a veces, entendemos las parábolas, que pretenden resaltar una enseñanza, como alegorías en las que cada elemento o cada personaje tienen un significado. El Señor da por supuesta la inmoralidad de la actuación del administrador, pero quiere enseñar a sus discípulos que deben servirse de la sagacidad y el ingenio (v. 8) para la extensión del Reino de Dios: «¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilusiones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de sensualidad. —Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aún niños: todos igual. —Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 317).
Tras la parábola, el evangelio recoge unas sentencias del Señor (vv. 9-15). Vienen introducidas por la expresión de gran solemnidad —«yo os digo» (v. 9)— y, dentro de una cierta diversidad, tienen un matiz común: en todos los momentos de nuestra vida, en la riqueza y en la pobreza, en lo grande y en lo pequeño, debemos mirar a Dios. Tal vez el centro de esas expresiones pueda ser el v. 13 donde el amor a las riquezas se concibe como una idolatría: «Todos se inclinan ante el dinero. A la riqueza tributa siempre la multitud de los hombres un homenaje instintivo. Miden la felicidad por la riqueza, y por la riqueza miden, a su vez, la respetabilidad de la persona (...). Riqueza es el primer ídolo de este tiempo. Notoriedad el segundo (...). La fama y el llamar la atención en el mundo se consideran como un gran bien en sí mismos, y un motivo de veneración (...). La notoriedad, o fama de periódico como se la denomina también, (...) se ha convertido en una suerte de ídolo» (John H. Newman, Discurso sobre la fe 5; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1723).
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