Comentario a Apocalipsis 7,9-17
Esta visión muestra la situación gloriosa de la que gozan los redimidos por Cristo tras la muerte. «La sangre del Cordero que se ha inmolado por todos ha ejercitado en cada ángulo de la tierra su universal y eficacísima virtud redentora, aportando gracia y salvación a esa “muchedumbre inmensa”. Después de haber pasado por las pruebas y de ser purificados en la sangre de Cristo, ellos —los redimidos— están a salvo en el Reino de Dios y lo alaban y bendicen por los siglos» (Juan Pablo II, Homilía 1-XI-1981).
La finalidad de la revelación de esas escenas consoladoras es fomentar el afán de imitar a estos cristianos, que fueron como nosotros y que ahora se encuentran ya victoriosos en el Cielo. Para lograrlo la Iglesia nos invita a pedir: «Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires; concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria» (Misal Romano, Santos Protomártires de la Santa Iglesia Romana, Oración colecta).
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