Domingo 5º de Pascua – C. 1ª lectura
21b En aquellos días, Pablo y Bernabé se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, 22 confortando los ánimos de los discípulos y exhortándoles a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. 23 Tras designar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor, en quien habían creído. 24 Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; 25 y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalía. 26 Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado.
Comentario a Hechos de los Apóstoles 14,21-27
Lucas, siguiendo la enseñanza paulina (cfr v. 22), señala en estos versículos el progreso y la victoria de la Palabra de Dios, al tiempo que no deja de apuntar que el camino de los predicadores es un camino de cruz: «Cruz, trabajos, tribulaciones: los tendrás mientras vivas. —Por ese camino fue Cristo, y no es el discípulo más que el Maestro» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 699). Pablo alude a esta lapidación (v. 19) en 2 Co 11,25.
El texto dice que Pablo y Bernabé designaron u ordenaron —literalmente el verbo griego significa «extender las manos para comunicar una misión»— «presbíteros en cada iglesia» (v. 23). Estos presbíteros reciben el orden sacerdotal aunque no son llamados «sacerdotes» porque este término, en los comienzos de la expansión cristiana, evocaba al ministro de las religiones paganas (hieréus) entre los griegos, o bien al sacerdote levítico (kôhen) entre los hebreos. En el ambiente judío, los ancianos, los presbyteroi, eran los que presidían las comunidades. Al servirse de ese nombre para designar a los ministros de las iglesias se solucionaba el posible equívoco: en la lengua griega su significado podía aplicarse al ministro sin referencia a una religión específica.
Al final, Pablo y Bernabé vuelven a Antioquía de Siria recorriendo de nuevo, en orden inverso, las ciudades visitadas durante el viaje (vv. 24-26). En el puerto de Atalía embarcan para Siria y llegan poco después a Antioquía. El viaje, comenzado posiblemente hacia el 45, ha durado unos cuatro años. A pesar de la animosidad y persecución sufridas en esas ciudades, los dos misioneros no vacilan en visitarlas otra vez. Desean completar la organización de las nuevas iglesias y consolidar la fe de los discípulos. No les asustan los posibles peligros ni les preocupa que puedan repetirse los incidentes que amenazaron su vida.
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