Ir al contenido principal

Un pueblo humilde y pobre (So 2,3; 3,12-13)

4º domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura
2,3 Buscad al Señor
todos los humildes de la tierra,
que cumplisteis sus mandatos.
Buscad la justicia,
buscad la humildad;
quizás así seáis preservados
el día de la ira del Señor.
3,12 Dejaré en medio de ti
un pueblo humilde y pobre,
y pondrán su esperanza en el Nombre del Señor.
13 Los restos de Israel
no cometerán iniquidad,
ni hablarán mentira,
ni se encontrará en su boca
lengua dolosa.
Ellos podrán apacentarse y reposar
sin que nadie los espante.
De entrada se aconseja la práctica de la humildad. Es la misma cualidad que se afirma más tarde del pueblo que salvará el Señor (3,12), y la que proclamó más tarde Santa María «porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48). Se abre así una puerta a la esperanza que recuerda otros pasajes de la Biblia: «¿Quién sabe si Dios se dolerá y se retraerá, y retornará del ­ardor de su ira, y no pereceremos nosotros?» (Jon 3,9). La humildad enciende la esperanza: «Se llaman humildes de la tierra a los que con humildad de corazón buscan al Señor con la sumisión de una reverencia filial, los mismos que cumplen sus mandatos confesando sus pecados y buscando no cometerlos más, que buscan la justicia y la humildad rechazando a los soberbios y acogiendo a los que hacen penitencia» (S. Buenaventura, Sermones dominicales 5,6).
A continuación, el oráculo adquiere acentos conmovedores. El profeta vislumbra un «resto» de Israel que se salvará y que será el centro de la restauración. Dios, mediante el profeta, se refiere a este resto como un pueblo «humilde y pobre», pero la enumeración de sus cualidades indica que pobreza y humildad no señalan aquí la condición social sino la actitud interna ante Dios. De ­hecho, estos términos —«humilde y pobre»—, a través de la versión de los Setenta, que los traduce por praüs (manso) y tapeinós (humilde), pasarán al vocabulario de la predicación de Jesús: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29; cfr Mt 5,3.5; 21,5).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Vanidad de vanidades (Qo 1,2; 2,21-23)

18º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 1,2 ¡Vanidad de vanidades —dice Qohélet—, vanidad de vanidades, todo es vanidad! 2,21 Hay personas que trabajan con sabiduría, ciencia y provecho, y han de dejar lo suyo a quien no lo trabaja. También esto es va­nidad y un gran mal. 22 Entonces ¿qué saca el hombre de todo su trabajo y del empeño que su corazón pone bajo el sol?, 23 pues pasa todos los días dolorido y contrariado, y su corazón ni siquiera reposa por la noche. También esto es vanidad. Comentario a Eclesiastés 1,2 y 2,21-23 El libro del Eclesiastés (Qohélet) comienza y termina casi con las mismas palabras: «¡Vanidad de vanidades...» (v. 2; cfr 12,8). En esa frase se sintetiza de modo admirable la idea central de la obra y se expresa la valoración que merecen al autor sagrado las rea­lidades del mundo y los fr...

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

El rico insensato (Lc 12,13-21)

18º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 13 Uno de entre la multitud le dijo: —Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. 14 Pero él le respondió: —Hombre, ¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre vosotros? 15 Y añadió: —Estad alerta y guardaos de toda avaricia; porque aunque alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de lo que posee. 16 Y les propuso una parábola diciendo: —Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. 17 Y se puso a pensar para sus adentros: «¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?» 18 Y se dijo: «Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. 19 Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, co...