Ir al contenido principal

Resurrección de Jesús. El sepulcro vacío (Lc 24,1-12)


Vigilia Pascual – C. Evangelio
1 El día siguiente al sábado, todavía muy de mañana, llegaron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado; 2 y se encontraron con que la piedra había sido removida del sepulcro. 3 Pero al entrar, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. 4 Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. 5 Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia tierra, ellos les dijeron:
—¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? 6 No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea 7 diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día.
8 Entonces ellas se acordaron de sus palabras. 9 Y al regresar del sepulcro anunciaron todo esto a los once y a todos los demás. 10 Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago; también las otras que estaban con ellas contaban estas cosas a los apóstoles. 11 Y les pareció como un desvarío lo que contaban, y no les creían. 12 Pedro, no obstante, se levantó y echó a correr hacia el sepulcro; y al inclinarse vio sólo los lienzos. Entonces se marchó a casa, admirándose de lo ocurrido.
Entre los sinópticos, Lucas es el que refiere más detalladamente el anuncio de la resurrección y las apariciones de Jesús. En el centro de los relatos gravita también el hecho de la dificultad de los discípulos para aceptarla. Sin embargo, como les recuerdan los «dos varones» a las mujeres (v. 7), la muerte de Jesús estaba ordenada a la resurrección. La resurrección completa la obra de nuestra Redención: «Porque así como por la muerte cargó con los males para librarnos del mal, de modo semejante, por la resurrección fue glorificado para llevarnos al bien; según las palabras de la Epístola a los Romanos (4,25), fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3,53,1c).
Los primeros versículos describen la reacción de las mujeres. Ante el sepulcro vacío y la aparición de los «dos varones» se muestran desconcertadas (v. 4) y llenas de temor (v. 5). Sólo la afirmación de que todo había sido ya anunciado por Jesús les impulsó a creer en la resurrección (vv. 7-8). Los evangelios son unánimes al recordar que los primeros testigos de la resurrección fueron las mujeres. San Beda —sin aludir a la tradición que afirmaba que la primera aparición de Jesús resucitado fue a su Madre— ve en esta circunstancia una providencia de Dios, ya que si una mujer, Eva, fue la primera en ceder a la tentación, una mujer fue la primera en anunciar la resurrección: «La primera en gustar la muerte fue la primera en ver también la resurrección (...) y la que había transmitido al varón la culpa transmitió también la gracia» (In Marci Evangelium 4,16,9-10).
Después, la narración se detiene en la actitud de los discípulos (vv. 11-12). Éstos no creen a las mujeres. Lo que éstas cuentan siembra la duda en Pedro, y se supone que en otros (24,24; cfr Jn 20,3-8), pero tales vacilaciones no se resuelven en la fe sino en una simple admiración (v. 12). Se señala de este modo la dificultad que entrañaba para los Apóstoles creer en la resurrección.

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Vanidad de vanidades (Qo 1,2; 2,21-23)

18º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 1,2 ¡Vanidad de vanidades —dice Qohélet—, vanidad de vanidades, todo es vanidad! 2,21 Hay personas que trabajan con sabiduría, ciencia y provecho, y han de dejar lo suyo a quien no lo trabaja. También esto es va­nidad y un gran mal. 22 Entonces ¿qué saca el hombre de todo su trabajo y del empeño que su corazón pone bajo el sol?, 23 pues pasa todos los días dolorido y contrariado, y su corazón ni siquiera reposa por la noche. También esto es vanidad. Comentario a Eclesiastés 1,2 y 2,21-23 El libro del Eclesiastés (Qohélet) comienza y termina casi con las mismas palabras: «¡Vanidad de vanidades...» (v. 2; cfr 12,8). En esa frase se sintetiza de modo admirable la idea central de la obra y se expresa la valoración que merecen al autor sagrado las rea­lidades del mundo y los fr...

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

El rico insensato (Lc 12,13-21)

18º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 13 Uno de entre la multitud le dijo: —Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. 14 Pero él le respondió: —Hombre, ¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre vosotros? 15 Y añadió: —Estad alerta y guardaos de toda avaricia; porque aunque alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de lo que posee. 16 Y les propuso una parábola diciendo: —Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. 17 Y se puso a pensar para sus adentros: «¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?» 18 Y se dijo: «Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. 19 Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, co...