2º domingo de Adviento – C. Evangelio
Comentario a Lucas 3,1-6
Los cuatro evangelios recogen la actividad del Bautista que precedió la vida pública de Cristo. Lucas la presenta con más detalle y orden: describe el marco general (vv. 1-2), la misión de Juan (vv. 3-6), el contenido de su predicación (vv. 7-14), su relación con el Mesías venidero (vv. 15-18) y su encarcelamiento (vv. 19-20).
Lucas sitúa en el tiempo y en el espacio la aparición pública de Juan Bautista (vv. 1-2). El año decimoquinto del imperio de Tiberio César corresponde al 27 ó al 28/29 de nuestra era, según dos cómputos de tiempo posibles (ver Cronología de la vida de Jesús, pp. 48-50). Poncio Pilato fue praefectus de Judea («procurador» en la terminología posterior) desde el año 26 al 36; su jurisdicción se extendía también a Samaría e Idumea. El Herodes que se menciona es Herodes Antipas, que murió el año 39. Filipo, hermanastro de Herodes Antipas, fue tetrarca de las regiones indicadas en el texto hasta el año 33/34. No es el mismo Herodes Filipo que estaba casado con Herodías, de la que se habla en el v. 19. El sumo sacerdote era Caifás, que ejerció su pontificado desde el año 18 al 36. Anás, su suegro, había sido depuesto el año 15 por la autoridad romana, pero conservaba mucha influencia en la política y la religión judías (cfr Jn 18,13; Hch 4,6). La mención de las circunstancias históricas, seguida de la expresión «vino la palabra de Dios sobre...» (v. 2), es frecuente en el inicio de muchos libros proféticos (Ez 1,3; cfr Os 1,1; Mi 1,1; So 1,1; etc.). De este modo el texto sugiere, como después afirmará Jesús expresamente (16,16), que Juan es el último de los profetas, y a través de él, Dios, con su palabra (v. 2), inaugura el último acto de la historia.
El evangelista presenta la figura del Bautista a la luz de un texto del libro de Isaías (vv. 4-6; cfr Is 40,3-5). En esta parte de Isaías se anuncia al pueblo hebreo que, tras el destierro de Babilonia, habrá un nuevo éxodo; entonces, el pueblo que caminará a través del desierto hasta llegar a la tierra de promisión ya no será guiado por Moisés sino por Dios mismo. El oráculo de Isaías citado es común a los tres evangelios sinópticos, pero sólo San Lucas recoge el último versículo: «Y todo hombre verá la salvación de Dios». De este modo, la dimensión universal del Evangelio se presenta desde la misión misma del Bautista. Todos, hasta los publicanos (v. 12) o los soldados (v. 14), tienen acceso a la salvación: «El Señor desea abrir en vosotros un camino por el que pueda penetrar en vuestras almas. (...) El camino por el que ha de penetrar la palabra de Dios consiste en la capacidad del corazón humano. El corazón del hombre es grande, espacioso y capaz. (...) Prepara un camino al Señor mediante una conducta honesta, y con acciones irreprochables allana tú el sendero, para que la palabra de Dios camine hacia ti sin obstáculo» (Orígenes, Commentaria in Ioannem 21,5-7).
Ante la venida inminente del Señor, los hombres deben disponerse interiormente, hacer penitencia de sus pecados, rectificar su vida para recibir la gracia que trae el Mesías.
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